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domingo, 29 de abril de 2012

MEDICINA BIOLÓGICA Dr. Germán Duque Mejía: COMEMOS IDEAS


LOS ENIGMAS DE LA COMIDA LIGHT

FREDERICK YEATES HURLSTONE (1800-1869), "SANCHO INTENTA COMER". Con rotunda expresividad se muestra el gesto contrariado de Sancho, al que se le niega una y otra vez el objeto de sus preferencias gastronómicas. Sólo se le permite comer alimentos "ligeros" (light)

LOS DESEOS GASTRONÓMICOS Y EL MARKETING ALIMENTARIO

Es preciso darse cuenta de las repercusiones que lo light, en tanto que ofertado por la pu­blicidad actual, tiene en el tono emotivo del hombre y en el impulso inducido por ese tono emotivo.

Se ha dicho que lo light encie­rra un compromiso subconsciente entre “salud, forma y gu­la”. Del tono emotivo, o sea de la afectividad –y no de la razón–, se desen­ca­denan unas motivaciones por lo light que no siempre es­tán justificadas.

El consumidor se ve seducido además por un inteligente marketing que se introduce en su imaginación excitada por ese compromiso entre “salud, forma y gula”, compromiso que exige menos calorías, menos azúcar, menos colesterol, menos alcohol, menos cafeína, menos nicotina…, pero sin renun­ciar al sabor, a la textura, al aroma.

La industria alimentaria responde a esa exigencia disminuyendo el valor energético de sus productos (bien en los glúcidos, bien en las grasas), pero sin alterar sus cualidades (como aspecto externo, textura, gusto y sabor). Y como a veces es difícil eliminar un componente básico, por ejemplo, el colesterol de la leche, sin desnaturalizar el gusto cremoso, se recurre a los productores de aromas. Incluso se adelantan en el mercado productos perfumados antes inexistentes: como la mantequilla con sabor a finas hierbas.

Los procesos técnicos e industriales que hay en la base de tales manipulaciones se conocen bien. Pero no son en modo alguno responsables de la presencia masiva de productos light. Esta se debe especialmente a un factor que es de capital interés para entender las actuales conductas alimentarias: la presión publicitaria

LA PRESIÓN PUBLICITARIA

En primer lugar, la presión publicitaria tiene mucha responsabilidad en el crecimiento de los productos light, pues la intervención e inversión publicitaria en ellos es frecuentemente mayor (a veces la du­plica o triplica) que la orientada a los mismos productos de referencia.

Segundo y principal, está la forma en que los mensajes publicitarios penetran en el estilo de un conjunto de personas, cuyo ideal de vida viene marcado por el éxito profesional basado en la competitividad exacerbada, por el hedonismo o el placer y por el culto al cuerpo joven y atlético. Se rechaza angustiosamente, hacia las tinieblas exteriores, la forma del anciano, del gordo y del enfermo. Se exige, por tanto, un tipo de alimento que no corrompa el organismo ni por la edad, ni por la grasa ni por la enfermedad. El alimento light ya no es un nutriente, sino una medicina. Y una medicina permanente para un organismo que a toda costa quiere mantenerse en forma sin perder el placer.

La culminación de una intervención publicitaria  consistiría en dejar en todos los sujetos un mensaje subliminal que más o menos dijera:

“Cuando no comes lo light, obtienes un valor positivo por el placer gastronómico, pero contraes una deuda negativa por la degradación que ese placer lleva aparejada. Con lo light, en cambio, obtienes el placer sin contraer deuda de gordura o de corrupción. No hay que dejar el placer de comer chocolate, ni de beber cerveza. Sé permanentemente feliz”.

Lo light puede llegar a ser, como hábito cultural, un desfondamiento del hombre: en él pierde la vida su peso, sus calorías, su energía interior. La emoción que prima es la superficial, por ejemplo, la del sentimentalismo infantil, como el del afán de novedades, sean eróticas, sean políticas, reales o imaginarias. Es igual. El meollo, las calorías, la energía interior ya no interesan.

Quizá lo light está dando lugar al na­ci­miento de una nueva clase so­cial.

LO LIGHT COMO PROYECTO EXISTENCIAL PERSONAL

También para el caso de lo light vale la tesis de que ‘todo alimento es un símbolo’, o sea, un trozo de materia unida a una idea, a la manera en que una bandera es un símbolo (un trozo de tela unida a la idea de una nación: la idea conlleva sentimientos). Lo que cada uno elige para comer es la manera concreta en que la realidad se le descubre y se deja poseer. El gusto que nos causa un alimento revela nuestro proyecto vital.

Las preferencias alimentarias tienen, pues, un sentido existencial, justo aquél con el que nos comunicamos con los demás.

Podría creerse que la estructuración simbólica de la comida es ajena a las ideas más profundas que vertebran el proyecto existencial de un hombre, a los conceptos en los que plantea su destino: como si semejante simbolización requiriese tan sólo de pequeñas ideas domésticas con las que el individuo estuviese escasamente comprometido. Pero esa es una creencia equivocada.

Porque las relaciones que proyectamos hacia el alimento se inscriben en la referencia más amplia que mantenemos con el mundo. Comer es un proyecto existencial. Por eso dice muy razonablemente Sartre que “no es indiferente desear ostras o almejas, caracoles o quisquillas, a poco que sepamos desenredar la significación existencial de estos alimentos. De una manera general, no hay gusto ni inclinación irreductibles. Todos ellos representan una cierta elección aproximativa del ser”. De lo que queremos llegar a ser o dejar de ser.

Preferir un guisado de menestra de verduras o postergar una alcachofa en su forma natural puede obedecer además a un proyecto existencial profundo, por ejemplo, el de rechazar lo azaroso o externo al hombre y aceptar sólo lo cultural y manipulado: aceptar la cultura frente a la naturaleza.

También el proyecto existencial contrario (el vegetarianismo, por ejemplo), despliega posibilidades simbólicas alimentarias: Diógenes el Cínico rechazaba la convención, la cultura y la sociedad civil, en beneficio de lo natural inmediato y del placer simple, pues consideraba que el orden natural es superior al cultural. No es neutro el gusto gastronómico, bien se refiera al color del alimento, bien a su sabor, bien a su textura: los datos sensoriales se presentan a nosotros traducidos ya simbólicamente, según la manera en que la realidad se nos ofrece y según nosotros la acogemos en un proyecto de vida.

No hay una gastro­nomía absoluta, vá­lida por igual para to­das las personas de un pueblo.

SIEMPRE HUBO ALIMENTOS LIGHT PARA DETERMINADAS CLASES SOCIALES

También los antiguos conocían las preferencias por  lo light. El médico que le fue asignado a Sancho en la Ínsula Barataria afirmaba –de acuerdo con los Regimina sanitatis medievales– que hay unos ali­mentos para las clases altas y otros para las clases bajas. Por cierto, que en la clase baja coloca no sólo a los labradores, sino a los canónigos y a los rectores de colegios. Unos son los alimentos grossi o pesados que han de ingerir los que hacen gran ejercicio; y otros son los alimentos subtiles o leves destinados a los que se dedican al ocio y a vacar en el estu­dio. “Lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ­-dijo el médico a Sancho, después de haberle prohibido la suculenta olla podrida- ahora para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos de suplicaciones, y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que le asienten el estómago y le ayuden a la digestión”. Alimentos subtiles, pues. La olla podrida es rechazada por ser uno de los alimentos pesados o grossi. De hecho sigue aquí el galeno, aunque exageradamente, la regla dietética antigua de ingerir antes lo ligero que lo pesado.

Así pues, la prestancia de lo “ligero” entre las clases acomodadas de la Edad Media fue alentada por la tradición galénica de los Regimina sanitatis. En las apreciaciones de la dietética más antigua se encuentra ya, como antes se vio, la distinción entre alimento gravis y alimento levis; este último sería el antecedente dietético del actual alimento light.

JUNTO A LO LIGHT, LO HEAVY

En el modo de aceptar los alimentos con­fluyen distintas motivaciones; y en nuestra sociedad –que tiende a la opulencia– algunas de esas motivaciones están generadas por la preocupación estética: la delgadez y la buena forma física, en la que se inscribe parcialmente la apetencia moderna por los alimentos light.

Con la premisa de una dietética razonable, y desde una visión estrictamente cultural, podría proponerse hoy la distin­ción entre alimentos light y alimentos heavy. Dos criterios pueden concurrir para diferenciar ambos tipos de alimentos: el cualitativo y el cuantitativo.

Cualitativamente serían heavy los alimentos hipercalóricos; light, los hipocalóricos, en los cuales queda mermado (hasta en un 30%) el nivel energético del producto de referencia. Cuantitativamente son heavy los alimentos normocalóricos, entre los cuales se deben contar los llamados “integrales”, los cuales mantienen el “todo” o la integridad de sus componentes, como la riqueza de fibra, por ejemplo; son light los purificados, como la harina o el arroz descascarillado.

Las exigencias de nuestro apetito no están vinculadas natural­mente a un alimento en concreto, por ejemplo, light. Lo que se desea comer viene estipulado por las pautas de una colectividad.

En resumidas cuentas, a través del alimento light el hombre vehicula patrones de conducta familiar, normas o prohibiciones morales, jerarquía de funciones sociales.

Tradicionalmente, en los hábitos de una colectividad han convivido lo heavy y lo light en franca armonía. Junto al cocido madrileño y la fabada asturiana han estado siempre las ensaladas. Junto al ajoarriero ha subsistido el filete a la plancha. Junto a la tarta abizcochada, el ligero sorbete.

Y esta misma situación se daba en la dietética medieval.

LO HEAVY Y LO LIGHT EN LAS DIETAS MEDIEVALES

En la dieta ligera medieval están representados los productos más caros del mercado. El autor anónimo del Regimen sanitatis Salernitanum atribuido a Arnaldo dice: “Los atletas y campesinos (rustici) que hacen duros ejercicios deben someterse a una dieta de alimento pesado (grosso), porque en ellos es fuerte la virtus digestiva, y por eso no deben ingerir alimentos sutiles o ligeros, como pollos, capones, carnes de ternera y cabrito, porque quemarían estas carnes o las digerirían demasiado pronto, por lo que les sería preciso comer muy a menudo. En cambio, los nobles que viven en el ocio deben usar una dieta de sustancias ligeras (subtiles), porque en ellos es débil la virtus digestiva, la cual no puede afrontar los alimentos pesados (grossos), como las carnes de puerco, las conservadas en sal y las de ganado vacuno, así como los peces secados al sol”. La dieta, pues, encierra también un enfoque social y psicológico del alimento. Esta situación, invertida, fue recogida por el refranero: “Quien no es para comer, no es para trabajar”.

También con respecto al uso contemporá­neo de lo light, la cuestión que se plantea es no sólo de orden biológico, sino de orden psicológico y social, base de la formación de hábitos alimentarios que pueden estar creando unas nuevas clases sociales.
COMEMOS IDEAS

Lo dicho confirma que el aspecto puramente biológico del alimento es sólo una determinación parcial de su contenido “real”, pues en éste se debe incluir el aspecto o “carácter simbólico” formado por las ideas, los sentimientos, las aspiraciones inconscientes, las frustraciones y también por los éxitos. Mediante su poder intelectual de idear o simbolizar, el hombre crea las formas permanentes de conducta –los hábitos alimentarios– en que una persona se relaciona con el alimento.

Heavy y light aparecen así como objetos de preferencias alimentarias, impregnadas, también desde antiguo, de carga simbólica.